jueves, 5 de noviembre de 2009

Lo malo de cada uno



Han pasado algunos días de la gran victoria en Berlín. El ejército rojo ha tomado la ciudad capital del tercer reich, después de tanta resistencia. Hasta los niños de las "juventudes hitlerianas" cayeron por brindar el amor a su derrocada Alemania.


Mi nombre, Ivan Tretiakov, soldado raso del ejército de Rusia, escribo desde los escombros de algún edificio destruido por nuestros tanques.


A decir verdad, la guerra todavía no termina. E.E. U.U. y el imperio japonés no terminan sus disputas. Aquí, la calma no se ha disipado del todo; creo ver en cada mirada alemán una leve esperanza. Sin embargo, algunos oficiales nazis se han suicidados; otros, como también soldados, han sido llevados a campos de trabajo en Siberia.


No paro de beber vodka, todavía vivo la imagen de Stalingrado: Los alemanes traicionaron un pacto con U.R.S.S. e invadieron esa gran ciudad por cuestiones económicas, relacionadas con el petróleo. Me acuerdo de ver morir a cada camarada en mis brazos y de desesperarme con cada granada que explotaba cerca de mi posición. También, los incesantes disparos atormentaban mis oídos, echado en algún obstáculo que me protegía.


Describir más los hechos me da un retorcedura en el estomago. Solo puedo confesar que fue una masacre; cientos de miles de victimas entre rusos y alemanes. En ese episodio perdí a un querido amigo, Viktor Zamenhof. Un anticuado artillero judío y una eminencia de la filosofía. Gracias a él pude entender más sobre la historia de nuestra lucha. Conocí en detalle las ideas de Carl Marx sobre un socialismo y un ferveviente comunismo. Viktor fue causa de risas entre la tropa por su ascendencia judía. Algunos idiotas pensaban que su condición no era apta para este ejército. No obstante, se llevaron la sorpresa de su valentía, devoción por salvar a nuestro capitán y matar a 14 alemanes. En esos momentos, matar era sinónimo de juego; mientras más matabas a un ser humano más hombre te sentías. El final de mi amigo fue por una bala de algún fusil alemán, que se perfora en el costado del cuello. No borro de mi mente cuando lo tenia en mis piernas, empapado de su sangre diciéndome: "Amigo mío, me reuniré con mi familia allá a lo lejos. Recuérdame cuando hayan vencido a Hitler. Y no se olvidan que, luchan por la ideología de un renegado judío" Y muere minutos después con la sonrisa cínica.



Hace frío, sigo bebiendo la botella de vodka, esta vez acompaño con un cigarrillo alemán. En un rincón, un soldado viola a una mujer berlinesa. Grita y súplica al soldado, y éste sigue sin importar nada. Es evidente que cumple una orden de Stalin: "Cuando lleguen a Berlín, asegúrense de que los alemanes sufran, como nosotros sufrimos las pérdidas de nuestros camaradas en sus manos. Cada ciudadano tiene la esencia de la maldad nazi. ¡A no tener piedad sobre ellos!" Fueron las palabras de nuestro General supremo.


El cielo gris y cada rincón con olor a guerra, se pudre en ese lugar donde algún día fue un paraíso. Y ahora...No queda nada, muchas vidas pérdidas por causa de ambiciones de locos que lo quieren todo. La guerra saca lo malo que hay en cada uno, las consecuencias de decir "soy el mejor", y tener la delicadeza de matar por una ideología, ¡por algún bienestar económico! Esto es la guerra...No hay Dios que nos ampare en ese defecto.


No queda más vodka ni ilusión alguna, voy hacia mi fusil, a lo mejor encuentre algo de amor allí.

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