Banquete
organizado. Protagonistas reencarnados. Invitados reconocibles y extraños
colados. Tasajo y otras comidas criollas, bebidas en abundancia. Trajes del
siglo XVIII, uniforme gladiador patriótico e hilo engrasado de caudillo. Charlas
en pequeñas bandas, gruñones en la proa, chistosos en la popa, pensadores en
las chimeneas y silenciosos en el fondo del océano. Silla vacía en el extremo
de la mesa, entre el maestro y el general:
—
Como puede observar usted, la maldición de éstos encuentros que uno tiene que
concurrir… ¡Treinta y cuatro hombres!, ¡ni una sola dama!. No sabe la furia que
llevo encima…Para agregar más leña a esta hoguera, le digo que ninguno de los
presentes me cae bien. ¡Ignorantes insectos!—.
—
Tome con tranquilidad este asunto. Con el debido y afectuoso respeto que le
tengo, le diré lo que lo puede calmar: La camarera. Es linda y joven. Después
de esto podrían intercambiar culturas…Usted me entiende… ¡Hágalo urgente!, sino
quiere que le robe la oportunidad. Ya que nadie está sentado, relajaré mi
pierna en este sitio, acompáñame si quiere—.
—
¡Pues no!. ¡No es una dama!. ¡Es una sirvienta!. No quiero relacionarlo con la
raza gauchesca, ¡me llevaría un gran disgusto!. Gracias…Pondré solo mi brazo
para flexionarlo. Me gustaría saber quién vendrá.
—
Lo mismo pienso. Quizá se hayan equivocado y pusieron una silla demás; ¡algunos
son tan mal enseñados que ni avisan su no concurrencia!. ¡Uhhs!. Tanto moverme,
rajé el asiento, espero que no le raspe cuando se sienta algún fantasma fallador—.
—
Le preguntaré a su “objetivo” quién es El que tiene que ocupar ese lugar. Tanto
vino me hace incapaz de esperar. ¡Jovencita!. ¡Venga con toda su capacidad!.
¡Deje a esos invertebrados y reúnase con nosotros!—.
—
¿No fue algo fuerte de su parte?. Lo miraron como a un realista. Ahí viene la
muchacha… Hable usted, temo no ubicarme e invitarla a la cama, sin antes
presentarme…—.
—
Si señore, ¿qué le puedo ofrecer?—.
—
No te comas la s, niña. A mi no me puedes ofrecer nada importante, salvo
algunas respuestas fáciles. ¿Quién es el afortunado que se ubicará en la
principal cabecera?. ¿Puede entregar su cuerpo a este Gran señor que está
mirándola con deseo infernal?—.
— Pué,
me gustaría estar con ese señor. Me gusta su figura y su patilla. Y el don que
va a estar acá es, Andresito—.
— ¡Ay
doncella!, vamos rápido a la habitación—. Militar al atrevimiento.
—
¡Espera un momento! ¿¡Viene ese indio!?. ¡La puta que te pario!. ¡Toma!—. Golpe
hacia la muchacha y auxilio del general. Idas de los dos y enojo del maestro,
sentado con el vaso en la mano. Cigarrillo fulminado en los labios picantes. Borrachera
inteligente, caminata y desmayo inmaduro.
Descontrol de los demás. Falsos testimonios
sobre uno y otro. Apariciones de mujeres y orgías en gran escala. Rehenes de
los inconformismos, liberación de las plagas.
Plumas en el pelo largo, manuscritos de
colores tallados en el rostro, sangre en las manos ásperas, seres altos en su
alma; se suma a la gran cena. Presencia desapercibida, comida traída por él,
rebiro que da gloria a sus ansias. Caña evaporada en su garganta, observación
atenta hacía los descendientes del pecado europeo. Voz borracha del gruñón, estático
en el piso:
—
¡Miren quién seeeee diggggggnó a veeenirrrr! ¿Noooo haaaabbían engrillado,
indiiiiiioo innndecccente?—. Otra muerte alcohólica, oídos sordos del guaraní.
Ansiedad indomable, pasos con huida, resto del convertido brebaje entregada a
las manos del necio maestro. Punta de flecha en profundidad de la madera, con
astucia, después de un discurso escrito: “Dejé algunas vidas imperialistas a su
merced, disculpen”. Guacurarí.