miércoles, 19 de octubre de 2011

Privilegio verdadero

Mi familia como muerte y privilegio. Cuatro hermanos que me tuvieron en sus brazos y entre sus risas; tres hombres y una mujer, buenas vistas y pocas quebraduras. Una madre que hizo posible convencerme de escapar de su cuerpo. Un padre que me adoptó como su único corazón y como poste de sus hundidas quejas.


Dejar morir la causalidad de una partida, sin pensar en la tuberculosis ni en otro mal extraño. Impedir que la alegría infantil cese y que se olvide, pese al contraste de la divina vida…

domingo, 9 de octubre de 2011

Representados


Nueva especie mecánica que responde a la indisciplina del nuevo hombre. Representante plástico-chapa de la característica humana (dejáme pasar, no puedo esperarte, el tiempo por encima de todo) y de las nuevas costumbres. Potro galopante aceitado, alimento necesario del poder codicioso, desperdicio que se extiende por la inhalación y por la audición ciudadana.


— ¡Hola, chicos! ¿Cómo están?—. Piloto con licencia, respeto escaso sobre la distancia entre el cordón de la calle y las ruedas. Objeto por encima de la senda peatonal.


— ¡Mirá quién apareció! ¡Carlitos! ¡Tanto tiempo! ¡Bajáte y vení a saludarnos!—. Viejo conocer de tres mosqueteros.


— ¡Dale! ¿No te gusta, ahora, charlar con gente que anda de pie?—. Resentimiento del segundo. Insistencia por sentir las mismas cosas.


Apago total del aire acondicionado y vuelta a la realidad contaminada. Envuelto entre ruidos y caminadores distraídos, se arrima al costado de una sombra con sus compatriotas. Apretón de manos y un beso adicional en la mejilla de cada uno. Queja derretida esperada:


— ¡Que calor que hace, boludo! ¡No se puede aguantar!—.


— ¡Tampoco es para tanto! ¡Hace veinticinco grados! Pero como el señor tiene aire acondicionado en el auto, le parece inaguantable—. Ataque amigable del segundo.


— Igual no deja de ser calor, Juancito. Yo tampoco soporto este calor bonaerense. ¡Y eso que no es verano! ¿Qué es de tu vida, Carlitos?—. Consideración del tolerante. Sonrisa por la aparición de un viejo pirata—.


— Jaaa, ¡vos por que no tenés auto, Juan! Mi vida…bien. Hace cinco días me compré éste Audi fiction. Se los muestro…—. Pausa de las situaciones con sangre y comienzo de la guía moderna. Puertas abiertas, asentamiento del primer mosquetero paciente, explicación estudiada:


— Los asientos son de cuero. La regulación es automática, si querés reposar un rato. El volante es muy fácil de maniobrar. Los cambios también son automáticos. ¡Ah! Y para vos, Juancito, el panel te muestra los números de grados, cuando encendés el aire. Además, arranca cuando le digo “Estoy listo, nena” Es algo nuevo que se inventó. No se escucha nada cuando manejás, pareciese que anduviera en una cápsula. ¡Ah! Toca ese botón y fijáte lo que pasa!—. Techo que se abre y sol que quema las pieles. — ¡Esta bueno!, ¿no?—. Boca abierta del primero y fastidio saturado de Juan.


Fuera del coche fantástico, Juan quiere saber de su vida personal:


— ¿Cómo están tus hijos? ¿Qué carrera seguía el mayor?—.


— Están todos bien, gracias. Sigue periodismo. ¡Se me olvidaba! El baúl es muy grande, entraría una vaca. La carrocería parece carbono, pero es chapa. Los paragolpes son de plásticos muy duro. Lo que no me gusta es el color que tiene, ese rojo oscuro—.


—Queda bien ese color. Va con vos. Te felicito por el auto. ¿Cuánto te costó?—. Interés del primero—.


— Cien lucas. Tuve que ahorrar y conseguir un buen trabajo. La remisería no me daba mucho. Hasta tuve que vender el Escor—.


— ¡Sos único! Si llega a chocar tu ex Escor con este Audi, lo destroza al auto nuevo. Es puro plástico. ¿Por qué comprarte otro, si ya tenías uno?—. Enojado Juan, necesita respuestas.


— Lo que pasa es que un tipo tenía el mismo modelo y lo tuve que cambiar. No me gusta tener algo idéntico con nadie—.


— La interminable superación sobre el otro. ¿Vas a la iglesia todavía?—. Verdad de Juan y posible concordancia.


— Si. Todos los domingos. ¡Ah! Y los neumáticos son de…—.



Cartón, madera y...

La vida del Dr. Mott seguía sin tener prioridades y mandatos. La cabellera larga y la barba gruesa, corroboraban su hermosura natural, al igual que, el traje roto y los mocasines descosidos. Del amanecer a la noche, del cielo desnudo a la exageración de los vestidos con su reciente transpiración, esa humedad que limpiaba su cara; su viaje no terminaba.



— Mmm, rica pizza. Lástima que el queso no está en buen estado. Sin embargo, “Tronador” hace la mejor pizza. ¿Queres probar, Paco?—. Alegría del vagabundo junto a su perro, comida obtenida en la bolsa de basura de algunos locales. — ¿¡Me estás jodiendo!? ¿¡No te gusta!? ¡Sos el único canino fino que conozco! ¿Tampoco estás a gusto en ésta supuesta casa de madera y cartón, al lado de las vías del tren? ¡Hubieras topado con un hombre burgués!—. Sermón de la realidad, mirada brillosa del animal y mordisco hambriento de la porción. — ¡Muy bien! ¡Buen compañero! Abro la otra bolsa y veo si hay algo de bebida capitalista, así tomamos—.La lluvia ensalzaba la media noche, los charcos se apoderaban del suelo asfaltado, frío tatuado de viento sin paz, árboles inquietos a punto de dar sus primeros pasos. Ningún alma temeroso en los alrededores; solo el mojado Dr. con su caminata y su bolso colgado. Reposo de sus pasos y del espíritu para gritar su identidad a lo alto.


— ¿Quién es ese loco que grita? Debe estar ebrio… Mmm, pensándolo mejor…se mantiene parado, así que debe ser un loco como nosotros, Paco—. Observación desde una rotura de la casa del vagabundo. Salida hacía la función tormentosa y de un llamado.


— ¡Pare de gritar y venga! ¡Se va a enfermar!—. Cable en el fondo de la tierra del Dr. Fija atención al llamado y dirección semi apresurada hacia el palacio de madera y cartón. Potencias que se encuentran por primera vez, impresiones de las casualidades.


— Tome esta manta y séquese un poco. Ahora le doy ropa—. Bienvenida bondadosa, un ciruja acogiendo a un extraño y un perro durmiente. —Aquí tiene, compañero. Le traje también algo de pizza y restos de empanadas. Coma y después hablamos. Mientras busco para tomar—. Hambre que desparece, placer de comer sin masticar. Estudio de las genialidades de la arquitectura, de parte del Dr. Pequeñas ratas y bichos que se presentan por el piso. Ruido de la ida o venida de un tren carguero. Más admiración y comienzo de la charla:


— ¡Muy buena construcción! ¡Lo felicito! ¡Tiene una gran maña! Por cierto, gracias por convidarme de su cena. Mi nombre es…—. Trata de olvidar lo que fue, inventando un nuevo nombre. — Rogelio, ¿y el suyo?—.


— Mucho gusto, Rogelio. El mío es Juan. ¿Por qué gritaba al cielo? Por los relámpagos, creo que estaban discutiendo…—.


— No está tan errado, amigo mío. Fue un desahogo para que supiera que estoy vivo y más perdido—. Mueca simpática del Dr., por la pregunta de Juan. Corriente con abundante voltaje.


— Somos tres entonces, ya. Usted, mi perro Paco y yo. Improvisar con lo que uno tiene y sobrevivir bajo la dificultad es realmente vida. Eso es lo que creo—.


— Hace seis años que no me pongo de acuerdo con alguien. Vivir es la constante superación de encontrar formas para no morir. Si renunciar a los privilegios es vivir, pues quiero respirar eternamente. Lo que ha hecho con simpleza lo engrandece. ¡Hasta tiene un amigo que está dormido!—.


— Vivir…Ahora critico, pero no me gusta estar así. Dirán: “Es una victima de la pobreza” Eso me encanta, porque cada día soy más rebelde y más paranoico. Pero a la vez, quiero que todo sea fácil. Tengo sesenta y cinco, no soy un muchacho.


A Paco lo encontré en una caja hace diez años. Lo abandonaron y yo lo adopté. Doy mi confianza solo en él. ¡También es mi psicólogo! ¡Me escucha todo el tiempo!—.


— El cuerpo no es suficiente. No se puede renovar nunca, si cuidarlo. De toda manera, es un sabio de la dificultad. Algún momento me toparé con usted para aprender ciertas magias—. Quita de la ropa otorgada, puesta de las prendas húmedas y pronta retirada.


— ¿¡Por qué tanta reverencia!? ¡No tiene concordancia! ¡Usted es el que desarrolla la conversación! ¡No entiendo! ¿Quién es, exactamente?—.


— Es lo que estoy tratando de averiguar. Defíname cuando me vaya de su hogar. En fin, me iré con el gusto de haberlo conocido. Me espera una inagotable lluvia—.


— Igualmente. No miré nunca atrás—. Estrecho de manos vigorosas. Salida y últimas palabras:


— Lo recordaré. ¡Hasta siempre, Juan!—. Comunión con la oscuridad multiorgásmica y otro rumbo. Última mirada del vagabundo tras las espaldas de su visitante: “Usted es un mal parido y un desubicado. ¿La felicidad lo alcanzará?.