domingo, 29 de agosto de 2010

Cuarto cruce

El cuarto cruce del pasado en una noche nada especial para los recuerdos. Veo venir los tiempos vivos de una rara niñez; se acerca con pasos largos y un reconocimiento total de mi rostro no olvidado. Chocamos y nos saludamos. El, saca diálogos de su pantalón sin bolsillo y narra sus sucesos más ásperos cuando el paso del tren se hace escuchar, en la esquina.

Estudio su mirada enojada y a su cigarrillo consumirse entre sus dedos de la mano siniestra, cuando habla de su actual vida y de sus traspiés en este mundo de algodón. No para, el suspiro concuerda con su dolor y la calma enfoca sus dramas en mástiles que no caerán (percibo la falta de su bandera, la que quiere) por la fuerza de este viento urbano.

Detiene su ejército en una sombra que da tranquilidad a su aliento y pregunta de mí y de lo que he hecho (poco importa, él es el principal) Predico las épocas de nuestra infancia, donde importaba la diversión en conjunto con la fe intacta de travesuras. Intercambiamos hechos buenos por sonrisas. Sin embargo, su mirada no se sensibiliza ante la inocencia común, pero afirma la falta de algún pedazo: —Tengo la necesidad de amar y de que alguien me diga “te amo”— El enigma de la dureza se vuelve cursi, una canción romántica del desborde total de la dulzura. Lo escucho rendirse por esa falta, me sorprendo y río disimuladamente.

Despido su presencia con buenos deseos y lo dejo a tras. Camino las mismas calles cuando iba a la primaria, con el guardapolvo y la mochila. Imagino y vivo esas escenas, mientras la noche duerme y mis caminos siguen.

Monja desnuda

—Santificado sea tu nombre. ¡Oh padre celestial!— Es el repetitivo rezo de la devota, tras irse a la cama. Desviste su indumentaria y lo guarda cuidadosamente. Queda desnuda debajo del pijama y se acuesta en la cama blanca. Contra la pared, se haya el crucifico que cuida de ella todas las noches (oxidado y tenebroso cuerpo de Jesús) tras su descansar. En los días de luz, lo lleva encima de su cuello (esta estancada por los mismos clavos del rey) tatuado, por el apriete de ese amuleto.

Observa la tenue luz de la luna, en la ventana que da afuera. Guía su atención en la oscuridad de su sueño, sin importarle el mundo exterior. Hace fuerza para dormir, quebrantando su actual velada con pensamientos, pero no lo consigue. La incomodidad, da hincapié al temible recuerdo del sacerdote joven. El sabio santo del amor de Dios, mensajero confiable de la verdad y la justicia. El joven de 28 años, ojos pardos, pelo castaño, cuerpo de guerrero romano y sonrisa bañada de la gracia de la virgen María. Piensa en él, la forma ilícita de una hermana que siente deseo por ese hombre, pero niega con hipocresía el impulso.

El calor hechizado, llega a su entre pierna, mientras la fantasía alfabetiza cada perversidad de su ingenio. Se esparce por sus entrañas, circulando por el abdomen, cruzando sus senos fuertes, hasta llegar al licor de su lujuria, su boca. Injustamente, se insulta y se maldice por lo que afronta. Pero la calentura sigue sin restricciones, ni espíritu santo que lo detenga. En sus manos se halla Satanás y Eva, que la conducen a donde comenzó la braza. Lagrimea de culpa y deja de ofenderse. Se masturba pensando en el joven. En situaciones que él esta encima de ella, rompiendo su cárcel de algodón para hacer el amor en la iglesia más roja de la santidad.

Aprieta sus labios y evapora los primeros gemidos de su placer. Siente la vida de la mejor manera: guiarse por lo que siente y no por lo que debe.

Se queda dormida. El sueño triunfó, por única vez, por la pasión carnal ficcional. Sin distinguir a la fe absurda del guarde total en el armario más viejos de cientos de años. Su sonrisa oxida más a ese crucifico, que la mira sin parpadear. Una pequeña lágrima chorrea de sus ojos cuando el amanecer refleja todo su color en su rostro limpio y suave…

esguince

Todo fue un esguince. La manera de sustentarse bajo una piedra fría, tendría su lógica en algún punto; sin evitar toses secas y congestionamientos nasales. Tales fueron las irracionalidades que el desconocer fue una experiencia; tras los pasos de una intuición que dormía más a los ojos agotados.

Plantear las peticiones del aprendiz amor, fue el modo más ingenuo de brindar amistad a un paisano que no sabe escribir.

Correr bajo ningún cansancio las millas que no se ven, pudiera ser motivo de desconfianza y creer que, el dolor transmite la adrenalina del no parar a cualquier destino, que se había pensado.

Todo fue un esguince y ahora en un cansado sueño…

miércoles, 18 de agosto de 2010

Arte de encajar

— ¿Cómo te llamas?— Pregunta la hermana de un fiel amigo, mirándome fijo, acompañada de su amiga. — ¡Edilson!— Respondo con agresividad, tras el ruido de la música intermitente y la muchedumbre que roza cada instante mi cuerpo.

Doy vuelta para acompañar a mi compañero, ingiriendo cerveza. — ¡Movete un poco y disfruta!— Se enoja y se pone nervioso, tratando de agarrar el ritmo del boliche. Comprende que, no puede engañarse, tampoco se siente a gusto. Disfraza un panorama que no existe y sigue su mentira.

El exhibicionismo femenino evoluciona: escotes impresionantes, polleras anti eróticas y vaqueros bien apretados. Eso es la noche, un placer sistemático de música, tragos, consumismo corporal, drogas y el cigarrillo.

— ¡Que buena que esta esa morocha, boludo!— Plasmado y desesperanzado, advierte mi amigo, entre tantas jovencitas que pasan a nuestro alrededor.

—Voy al baño y vuelvo— Aviso a los otros y encamino a refrescarme. Las niñas bailan entre si, coqueteando con la lujuria fácil de los varios infelices que atraen. Sigo, la música aturde mi razón, los empujones se vuelven pequeñas rutinas y el cansancio tortura mi cuerpo. Llego, enjuago mi rostro, no miro al espejo, pero medito algo que no puedo descifrar y salgo inmediatamente. Repito el viaje de vuelta y me encuentro con los que vine a esta pocilga. —Me toca, voy al baño— Dice mi querido amigo y se va. Me acuesto una vez más en la barra. Contemplo a las meseras que se apretan entre sí, por algún ritmo pegadizo, para llamar la atención. Les doy la espalda y observo, por última instancia, a la hermana de mi par con su amiga, que estudian mis movimientos fríos (hablan de mí, murmuran), cuando estoy por acabar el último vaso de cerveza.

Reemplazo el ambiente con la imagen más hermosa de esa noche: la puerta de salida. Desapercibido, abandono ese templo putrefacto y blanqueo mi ida. Con la necesidad egoísta de huir y olvidar, olvidar, olvidar…

Hombre

Hay un hombre delante de mí: indeciso, complicado, ilusionista. Me estudia, saca conclusiones. Se detiene cada vez que escucha mi voz (no hay distorsión entre las canciones ásperas), con acento norteño; y marcha cada vez, cuando la meditación se despierta.

Hay un niño. En ese misterio noble se haya las causas de su juicio y su ansiada derrota. Gobierna las caricias de todos sus allegados, matando su propia ley.

Se encuentra un prófugo. Quiere pagar con una compleja justicia sus delitos que nunca se describirán por palabra y hecho. El castigo será la abundancia de la corrección.

Ahora yo lo miro. Duerme entre las atracciones y no despierta, no despierta…

Cometido

Acto del regreso lento. Disculpas tercas en el plano de un cruce (nadie espera, nadie quiere) casual y tan bizarro como la vergüenza. Grano de ofensivas entre las arenas espesas, que quisiste envolver (si un escrito alcanza, no volveré a mencionarte) entre tus manos para bañar tu rostro y ver que todo no pasa por los cielos. Mordaza a punto de romperse, tras el pecado imperdonable, que pronto cometerás…

jueves, 12 de agosto de 2010

Ejecutado

Ejecución de ansias. Enlaces que se descosen entre cada punto de un corte sorpresa. Apariencia hábil del engaño planeado, besando la inmadurez de la arrogancia. Pérdida homogénea de una intención solidaria (la virginidad no existe, arden tus piernas), que ríe sin gracia. Apresurado auxilio del compartir, sobre los rezos más sinfónicos del verdadero silencio.

Repetitivos ensayos para la misma obra aburrida de provocación convincente. Estimulo de decepción cuando se cierra, en breve, el viejo telón.

Procesos

Atrapado entre la ansiedad. Idas y vueltas para descansar la búsqueda (no quiero encontrar más ningún fósil), que alguna vez me ha llamado.

Identidad de voces ajenas, y única en mi estrofa (asombro, sorpresa del impacto), capaz de mirarme por segundos.

Heroica mirada, entre la depresión inteligente y la seducción permanente, cuyo logro, se enfoca, en los fragmentos que nunca escribiré en estas tierras.

Voz baja y cruda de un piano, que compone los himnos del afecto. Y que en este preciso instante abrirá las puertas de una orquesta.

Bello dolor del frío, inevitable pensamiento de tu presencia; cuando te pierdo, te pierdo…

domingo, 8 de agosto de 2010

Alguien

Hay un hombre delante de mí: indeciso, complicado, protagonista. Me estudia, saca conclusiones. Se detiene cada vez que escucha mi voz (no hay distorsión entre las canciones ásperas), con acento norteño; y marcha cada vez, cuando la meditación se despierta.

Hay un niño. En ese misterio noble se haya las causas de su juicio y su ansiada derrota. Gobierna las caricias de todos sus allegados, matando su propia ley.

Se encuentra un prófugo. Quiere pagar con una compleja justicia sus delitos que nunca se describirán por palabra hecho. El castigo será la abundancia de la corrección.

Ahora yo lo miro. Duerme entre las atracciones y no despierta, no despierta…

Tal vez amor...

— ¡No tengo ganas!—. Apunta a una tonta verdad el amable señor.

—Vamos donde nos demande la intuición—. Opta por una máxima diferente, en este trayecto. Concuerda con su espíritu natural y deja de pensar, tal vez por hoy.

Sigue impecable con sus palabras; aquellas que arman una fábula complicada (he dejado de tomar, para escucharlo) en cada explicación y que no se desfiguran, a pesar del desgano.

Continua su cabeza colapsada en la pared (sangra, el dolor se aferra en una risa convincente y una mirada confusa), y ruega por una íntima estimulación.

—Te quiero, imbécil—. Le digo, cuando termina sus inteligentes diálogos y tímidamente, bebe otro vaso de cerveza.