lunes, 2 de noviembre de 2009

Director



La temible función comienza...Los rayos, truenos, relámpagos, lluvias y vientos cumplen en rol de cada nota musical, dirigida por un director que llora y ríe en cada accionar de sus manos...Ese rebelde caído soy yo.

Parado en las orillas de un precipicio, desencadeno la música que muchos temen. El libre albedrio de expresión me emociona, cuando los virtuosos sangran su alma y transpiran su talento (Buenos músicos, no tienen limitaciones), mientras extiendo mis brazos y disfruto de la humedad de miles de gotas en todo el cuerpo.

Doy la espalda al público (Las aflicciones llenan cada butaca de este teatro) aburrido, pero cautivados de esta orquesta potente. Olvido la masa de intolerantes y desnudo cualidades que todavía no verán una muerte...

Pierdo los ojos en las tinieblas de los cielos (manteniendo la conducción de la tempestad) y me convenzo que hasta el mismísimo Dios forma parte de ese espectador (Nunca te creí, jamás formarás parte de mí), en los últimos asientos, oculto de todo (¡Cobarde!, ¿dónde esta tu poder?)

Todos los murciélagos que alguna vez mordieron mi cuello, ahora están llenos, encerrados en su cueva, hasta que pase la tormenta. Mientras yo...Agudizo las melodía y me empapo de agua y transpiración.

La música de los genios termina con unas diminutas lloviznas, y el director enfrenta a su público (Ellos, en silencio solo observan), con la risa enterrada en mi cara y la reverencia de un insulto peligroso. Vuelvo a dar la espalda y me dejo caer, cansado del espectáculo y con ganas de escabullirme, cerca de lo lejano...

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