domingo, 29 de agosto de 2010

Monja desnuda

—Santificado sea tu nombre. ¡Oh padre celestial!— Es el repetitivo rezo de la devota, tras irse a la cama. Desviste su indumentaria y lo guarda cuidadosamente. Queda desnuda debajo del pijama y se acuesta en la cama blanca. Contra la pared, se haya el crucifico que cuida de ella todas las noches (oxidado y tenebroso cuerpo de Jesús) tras su descansar. En los días de luz, lo lleva encima de su cuello (esta estancada por los mismos clavos del rey) tatuado, por el apriete de ese amuleto.

Observa la tenue luz de la luna, en la ventana que da afuera. Guía su atención en la oscuridad de su sueño, sin importarle el mundo exterior. Hace fuerza para dormir, quebrantando su actual velada con pensamientos, pero no lo consigue. La incomodidad, da hincapié al temible recuerdo del sacerdote joven. El sabio santo del amor de Dios, mensajero confiable de la verdad y la justicia. El joven de 28 años, ojos pardos, pelo castaño, cuerpo de guerrero romano y sonrisa bañada de la gracia de la virgen María. Piensa en él, la forma ilícita de una hermana que siente deseo por ese hombre, pero niega con hipocresía el impulso.

El calor hechizado, llega a su entre pierna, mientras la fantasía alfabetiza cada perversidad de su ingenio. Se esparce por sus entrañas, circulando por el abdomen, cruzando sus senos fuertes, hasta llegar al licor de su lujuria, su boca. Injustamente, se insulta y se maldice por lo que afronta. Pero la calentura sigue sin restricciones, ni espíritu santo que lo detenga. En sus manos se halla Satanás y Eva, que la conducen a donde comenzó la braza. Lagrimea de culpa y deja de ofenderse. Se masturba pensando en el joven. En situaciones que él esta encima de ella, rompiendo su cárcel de algodón para hacer el amor en la iglesia más roja de la santidad.

Aprieta sus labios y evapora los primeros gemidos de su placer. Siente la vida de la mejor manera: guiarse por lo que siente y no por lo que debe.

Se queda dormida. El sueño triunfó, por única vez, por la pasión carnal ficcional. Sin distinguir a la fe absurda del guarde total en el armario más viejos de cientos de años. Su sonrisa oxida más a ese crucifico, que la mira sin parpadear. Una pequeña lágrima chorrea de sus ojos cuando el amanecer refleja todo su color en su rostro limpio y suave…

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