domingo, 29 de agosto de 2010

Cuarto cruce

El cuarto cruce del pasado en una noche nada especial para los recuerdos. Veo venir los tiempos vivos de una rara niñez; se acerca con pasos largos y un reconocimiento total de mi rostro no olvidado. Chocamos y nos saludamos. El, saca diálogos de su pantalón sin bolsillo y narra sus sucesos más ásperos cuando el paso del tren se hace escuchar, en la esquina.

Estudio su mirada enojada y a su cigarrillo consumirse entre sus dedos de la mano siniestra, cuando habla de su actual vida y de sus traspiés en este mundo de algodón. No para, el suspiro concuerda con su dolor y la calma enfoca sus dramas en mástiles que no caerán (percibo la falta de su bandera, la que quiere) por la fuerza de este viento urbano.

Detiene su ejército en una sombra que da tranquilidad a su aliento y pregunta de mí y de lo que he hecho (poco importa, él es el principal) Predico las épocas de nuestra infancia, donde importaba la diversión en conjunto con la fe intacta de travesuras. Intercambiamos hechos buenos por sonrisas. Sin embargo, su mirada no se sensibiliza ante la inocencia común, pero afirma la falta de algún pedazo: —Tengo la necesidad de amar y de que alguien me diga “te amo”— El enigma de la dureza se vuelve cursi, una canción romántica del desborde total de la dulzura. Lo escucho rendirse por esa falta, me sorprendo y río disimuladamente.

Despido su presencia con buenos deseos y lo dejo a tras. Camino las mismas calles cuando iba a la primaria, con el guardapolvo y la mochila. Imagino y vivo esas escenas, mientras la noche duerme y mis caminos siguen.

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