martes, 29 de diciembre de 2009

Todo por nadie

Muero, padre. Los clavos sostienen todo el peso de mi cuerpo. Las heridas se llenan más de amor cuando grito a diestra y siniestra una muerte rápida (Oh! Santísimo, dame la bondad de morirme de una buena vez), capaz de terminar con este sufrimiento…

El sol quema con destreza la carne viva de las cortaduras y azotes que he recibido. La sangre me deja, escapándose desde mi cabeza hasta los pies, ocultándome de mortandad y descubriéndome a los cuervos que miran y esperan para picotearme.

Ser rey es una tortura, por la corona cubierta de espinas sobre mi cabeza (¡Quiero ser tan sólo un esclavo, Oh Dios!), bajando la sangre en el ojo sin poder ver a mi pueblo (¡Ellos me eligieron rey! Y tu también Padre! ¡Por qué no me dejaron libre!), que habla con ironía a mi gobierno impune.

¡Lloro, padre! La mugre de los otros me hace temblar de angustia, recibiendo maltratos de esos soldados y la ignorancia de tu salvación. ¡Si! ¡Me ignoras! ¡Quieres que pagues algo que no debo, cuentas de estos infames que se ríen de mi, que no creen en mi! ¡¿Por qué me has abandonado, oh todo poderoso!? ¿No ves en mi penumbra algo de misericordia? ¡Quiero morir ya! Y no creer más en tu engaño ni en las almas traicioneras que sepultaron mi confianza.

Llega la hora, ¡oh Jehová! Pienso en la memoria que me tendrán estos canallas cuando llegue el día de mi nacimiento (¿Me recordarán como un farsante o por imputado mal juzgado?) y se impresionen de su propia hipocrecia.

Sonrío, cierro los hervidos ojos de infierno y dejo que el poco tiempo haga su deber. Y yo aquí, en la cruz, deseando no volverlos a ver nunca jamás…

No hay comentarios:

Publicar un comentario

victimas