jueves, 24 de enero de 2013

Alguna vez III


Veamos el resultado del análisis, Sra. Mott—. Algún que otro Dr. de las afueras de la ciudad, en el escritorio, cara a cara con Agar. No corre ningún nervio ni una desesperación, sabe el resultado. El viejo abre el sobre sin tener apuro y empieza la lectura, en voz baja. No hace ninguna expresión que designa o niegue la esperada respuesta de Agar:
— Dio positivo para HIV. Básicamente, usted es Cero-positivo. Tiene altas posibilidades de padecer solo HIV y no Sida, afortunadamente. Le daré algunos medicamentos para apaciguar al virus. Tenga en cuenta que tiene que advertir sobre su estado a los que están a su alrededor. Haga una vida normal y tomé esas pastillas—.
— Gracias por la información, Dr. Haré todo lo que me dijo. Por favor, mantenga este encuentro en secreto, por favor. Ante cualquier duda, ¿puedo concurrir a su despacho?—.
— Desde luego. Estoy a su disposición. Cuídese, Sra. Pierda cuidado, no diré nada—. Sellada su confirmación, Agar vuelve a su realidad. Planea cómo decírselo al Dr. Mott. Se acobarda con el solo hecho de decirle y generar un caos en su ánimo, que podría afectarle en su lucha contra su no conocida enfermedad. Baja del coche y piensa. Sabe que hirió al verdadero amor.

Los desvelos y las seguidas reuniones, desgastaron al Dr. a tal punto de, quedarse dormido en el baño o en su escritorio. Bajó doce kilos de sus noventa y seis que tenía hace seis meses atrás; no pensaba en las comidas ni en bañarse. La prolijidad se fue desmantelándose, hasta las advertencias de sus colegas por su aspecto y por su aceleramiento severo, que no hacía caso. La intranquilidad, seguido del estrés, lo hizo fumar, pese a su creciente asma. Pasaba noches en su consultorio, experimentando, analizando. Se intercomunicaba con grandes doctores de todo el mundo, intercambiando ideas y eliminando hipótesis. Su competente secretaria concurría algunas noches para acompañarlo y ayudarlo con el trabajo.

 En forma de cápsula y de un pequeño tamaño, “Mottrinovic” se puso al mercado. Con algunas pautas, impuesta por el Dr., Mott y sus allegados, hacia los fabricantes y distribuidores del todo el planeta, el recipiente de color purpura y con cuarenta y cinco píldoras, fue gratis en los hospitales, clínicas, estatales como privadas. Otra conferencia de prensa mundial, volvía a sucumbir:
— Niños, mujeres y hombres, ¡completamos la fase prometida! ¡Dios, estamos por vencer tu onceaba plaga mortal!— Ojos hirvientes, llanto incontenible— Esto marca una nueva era, ¡todos somos dignos a la vida!, ¡absolutamente nadie decidirá quien debe morir o vivir! Estoy tan feliz que ni el cansancio ni los peligros pueden encadenarme. En conjunto con todas las organizaciones que tengan que ver con la salud y con todos los gobiernos, hemos creado esta píldora, que deberá ser suministrada una cada doce horas. Existe la posibilidad de que en algunos sitios, el remedio todavía no haya llegado, a no desesperar, llegará muy pronto. Hoy no habrá preguntas, tampoco un largo tiempo, como la otra vez. Si alguien sostiene que, una fuerza divina corrige al mundo, le digo que, estamos en plena eliminación de todo castigo o creencia. Detesto las religiones y las diferencias impuestas. Creamos y matamos, amamos y odiamos, y en este momento, damos esperanzas. De algo ha valido nacer y servir fielmente a la vida. ¡Hasta siempre!—.La prensa devastó el perfil de Dr. Mott, en cuanto a su ateísmo y su expansión como un “solucionador auto destructible”. El vaticano acusó de “ateo soberbio” y lo terminó de sepultar, al no permitirle al Dr. ingresar a la santa sede.
  Los meses transcurrían, los mareos y los vómitos preocupaban al Dr. A menudo, faltaba a sus reuniones y dormía durante largas horas. Su mujer lo cuidaba y le pasaba un trapo húmedo por el rostro, oculto el secreto en su falsedad, mientras un beso sacudía la realidad próspera y los roces incendiaban los hielos nórdicos,  y el agua hervía las profundidades del sexo amoroso, teñido de paraíso místico:
— ¿Me amarás para toda la vida, cielo?—.
— Lo estoy haciendo, Agar. Se lo prometí a Dios—.
— Si dijiste que lo han asesinado. No entiendo—.
— Por eso mismo. Cumplo con cada socio. No sigas interrogándome, dame más amor, ¿puede ser?—.
— Gracias por sacarme una risa. Te amo—.

El premio Novel de Ciencia fue una sorpresa para el Dr., su carrera y su lucha se estrellaban en lo más alto. Fue “prójimo ilustre”, de toda África. En Etiopía presentó el medicamento para los niños, con sabor a uva, lo llamó “motinha”.
 Bastó tres semanas para que el Dr. Mott extrañara a Agar. Recordar la hermosura de su mujer lo terminó por acelerar su corazón y un motivo para llegar y poseerla. Encontró todo oscuro, ni un ruido precipitaba a sus oídos, fue a la habitación, al costado de la cama, en la mesita de luz, había un frasco de “Mottrinovic”, quedaba dos cápsulas en su interior. En la cama había una carta de Agar, adornada con besos de labial:
 Querido amor de mi vida:
                         Con el dolor en el pecho, tengo que decirte que me voy. No puedo simularlo más, tengo  HIV, desde hace dos años. En los momentos de soledad, me encontraba con un pendejo de mierda, y él fue quien me contagio. Perdonáme, hermoso. Me sentí indignada cuando estaba al lado tuyo y sufrías por esos síntomas. Dios sabe que quería decírtelo, pero me acobardé. Pensé egoístamente, creía que si te lo decía te caerías y no seguirías contra esa lucha que tanto querías vencer. Por vos, mucha gente podrá vivir más tiempo  y quizá, muera ese maldito virus. Estoy orgullosa de vos, y sé que vas a superarlo.
                         Me voy lejos, amada mío. Merezco morir sola y con culpa. Odiame hasta amarme de nuevo. Te amo.
                                              Agar, tu mujer.

Enojo, lágrima e ida de la voz. Vaso que se estrella en el inmenso espejo de la habitación. Insultos malditos, destrucción de todas las fotos en las que aparecían juntos, destrozo de muebles, cortinas y ventanas. Sangre en cada punto de las cuatro paredes, baja presión y otro vómito. Ducha fría, razonamiento y firmeza para los malos tiempos. Charla telefónica con sus colaboradores y vuelta a las investigaciones. Risa mafiosa y un canto reluciente:
— Cuando muera, espero no estar en el mismo cementerio que vos, maldito Dios. Si fuese lo contrario, voy a quemarte con todo mi odio. Tené cuidado—.

Lugar desconocido, nombre cambiado, Agar enfrente del mar, con el sol pagándose, el frío enredándose en su bucle y una vida que crece en su vientre. Tiempo muerto a los recuerdos y construcciones de los nuevos desenlaces. Un hijo y enfermedad, vida y muerte, bendición y sepultura, cualidades de una mujer fujutiva.



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