miércoles, 20 de octubre de 2010

Infortuna sobre un simple complejo

— ¿Te gustó la torta que te compré el otro día?—. Pregunta el tímido inocente adulto (lo llamaremos “simple complejo”) a su desafortunada y desdichada mujer(llamémosla “infortuna”) del otro lado del teléfono.
—Mas o menos...—. Voz cruda de asco y un total enojo por el desconocimiento del simple complejo sobre los gustos de su amor.
— ¿Cómo que no sabes? ¡Tiene de todo!: merengue francés, crema suiza, chocolate amargo…—. Situación peligrosa al escuchar un respiro nada bueno de la infortuna sobre la explicación de buena calidad:
— ¡No me gusta el merengue! ¡Ni las otras cosas! ¡Me conoces! ¿¡Todavía no sabes mis gustos!?—. La impaciencia se hace escuchar a los oídos del simple complejo: —A mi gusta el bizcochuelo húmedo, no tan meloso de dulces ni cremas. Deberías saberlo…—. Un suspiro de nerviosismo se muere en esas palabras para que nazca una risa minuciosa y una respuesta no muy adecuada:
— ¡Ah! ¡Lo más común!—. Posible declaración de guerra inconsciente hacía el imperio de la histeria. La voz comienza a levantar y atacar como se suponía:
— ¡¿Qué!? ¿¡Quién te crees que sos!? ¡Me hablas de común a mí! ¿Tengo que poner soda al vino fino para poder tomar, como haces vos, para dejar de ser común? ¡Sos un básico! ¡Aparentador de Recoleta!—, Descargas ardientes al tímpano del simple complejo, sin ningún comentario grosero aún, pero si una molestia que le duele:
— ¡Ya sabes que no me gusta que me digas básico!—. Carcajada de parte de la infortuna y tristeza del terreno destruido de verdades:
— ¿Y cómo querés que te llamé? ¿Idiota? ¿Careta?—. El, saca el micrófono de su oreja para no escuchar más verdades. Vuelve a ponerse y cambia de tema:
— ¿Qué estabas haciendo, hermosa?—. Amable y dulce pregunta tras las heridas de sangre:
—Estaba y estoy mirando por tercera vez una película: “Lo que el viento se llevó”—.
— ¿”Los que el viento se llevó”? ¿Cuál es esa?—. Otra vez carga el 22 en su propia contra:
— ¿Me estas cargando? ¡El sábado la miramos! Claro…Como estábamos cenando, estabas pendiente de las empanadas y pizzas ¡Angurriento! ¡Nunca podes calmar la ansiedad ni por un minuto! ¿Ves? ¡Sos un básico!—. Rabia y risas de parte de la infortuna por el armamento poderoso en contra de las costillas del simple complejo, agachado con las manos encima de su frente soportando todos los males. Sin embargo nace optimismo por que la hace sonreír:
—Por lo menos te escucho reír y no llorar—.
— ¡Para algo tenés que servir!—. El clima se traslada a una decisión complicada de un descuido:
— ¿Conseguiste el lugar? Tu hijo es inquieto—. El acontecimiento feroz se inclina sobre la búsqueda de algún centro clandestino de aborto para el amor gris que se haya en las entrañas de la infortuna.
Un escalofrío de culpabilidad recorre por el estómago del herido naciendo lágrimas, apenas:
— ¡No me lo digas así! Para mi es difícil todo esto…—. Primera piedad de la infortuna hacía el simple complejo, pero no puede mantenerse callada:
—Para mi también lo es. ¿Sabés lo que es tener esos síntomas? Por supuesto…Como sos hombre no vas a entender las leyes de la naturaleza que tenemos que afrontar nosotras—. La charla se manifiesta de otras circunstancias, mientras la conversación se desgasta y el amor se repela por el carácter infiel de una realidad que lo cambia, absolutamente todo.

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