Dejad que pasen esa manada de toros ardientes, vienen por
mí, interrumpo sus rumbos. Siempre bajé
el pulgar en cada intento de sus fugas, anulé sorpresas e ingeniosidades de éstos malolientes, pues
pudieron haber muerto en los desiertos y en esas aguas contaminadas. Afilé sus
guampas, contagié frialdad y rasgué su cuero-carne con esos significados de
guerrillas y misericordias. Olí, aprecié y apreté sus bostas contra las informalidades
del respeto. Inventé y destruí sus nombres, el mundo-espacio convirtió a esos
rugidores en bestias, cada gota de sangre era peligro para sus supervivencias,
sus pulmones almacenaban el fuego
pestilente de los roces y los convertían en depredadores despreciables. Insectos caídos, que supieron tener relación, amor en
abundancia, muerte próxima.
Cejas fruncidas,
pezuñas fuertes, cuernos asesinos y un atropello silencioso. Dejadlos…
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