miércoles, 31 de octubre de 2012

Indio


Banquete organizado. Protagonistas reencarnados. Invitados reconocibles y extraños colados. Tasajo y otras comidas criollas, bebidas en abundancia. Trajes del siglo XVIII, uniforme gladiador patriótico e hilo engrasado de caudillo. Charlas en pequeñas bandas, gruñones en la proa, chistosos en la popa, pensadores en las chimeneas y silenciosos en el fondo del océano. Silla vacía en el extremo de la mesa, entre el maestro y el general:
— Como puede observar usted, la maldición de éstos encuentros que uno tiene que concurrir… ¡Treinta y cuatro hombres!, ¡ni una sola dama!. No sabe la furia que llevo encima…Para agregar más leña a esta hoguera, le digo que ninguno de los presentes me cae bien. ¡Ignorantes insectos!—.
— Tome con tranquilidad este asunto. Con el debido y afectuoso respeto que le tengo, le diré lo que lo puede calmar: La camarera. Es linda y joven. Después de esto podrían intercambiar culturas…Usted me entiende… ¡Hágalo urgente!, sino quiere que le robe la oportunidad. Ya que nadie está sentado, relajaré mi pierna en este sitio, acompáñame si quiere—.
— ¡Pues no!. ¡No es una dama!. ¡Es una sirvienta!. No quiero relacionarlo con la raza gauchesca, ¡me llevaría un gran disgusto!. Gracias…Pondré solo mi brazo para flexionarlo. Me gustaría saber quién vendrá.
— Lo mismo pienso. Quizá se hayan equivocado y pusieron una silla demás; ¡algunos son tan mal enseñados que ni avisan su no concurrencia!. ¡Uhhs!. Tanto moverme, rajé el asiento, espero que no le raspe cuando se sienta algún fantasma fallador—.
— Le preguntaré a su “objetivo” quién es El que tiene que ocupar ese lugar. Tanto vino me hace incapaz de esperar. ¡Jovencita!. ¡Venga con toda su capacidad!. ¡Deje a esos invertebrados y reúnase con nosotros!—.
— ¿No fue algo fuerte de su parte?. Lo miraron como a un realista. Ahí viene la muchacha… Hable usted, temo no ubicarme e invitarla a la cama, sin antes presentarme…—.
— Si señore, ¿qué le puedo ofrecer?—.
— No te comas la s, niña. A mi no me puedes ofrecer nada importante, salvo algunas respuestas fáciles. ¿Quién es el afortunado que se ubicará en la principal cabecera?. ¿Puede entregar su cuerpo a este Gran señor que está mirándola con deseo infernal?—.
— Pué, me gustaría estar con ese señor. Me gusta su figura y su patilla. Y el don que va a estar acá es, Andresito—.
— ¡Ay doncella!, vamos rápido a la habitación—. Militar al atrevimiento.
— ¡Espera un momento! ¿¡Viene ese indio!?. ¡La puta que te pario!. ¡Toma!—. Golpe hacia la muchacha y auxilio del general. Idas de los dos y enojo del maestro, sentado con el vaso en la mano. Cigarrillo fulminado en los labios picantes. Borrachera inteligente, caminata y desmayo inmaduro.
 Descontrol de los demás. Falsos testimonios sobre uno y otro. Apariciones de mujeres y orgías en gran escala. Rehenes de los inconformismos, liberación de las plagas.
 Plumas en el pelo largo, manuscritos de colores tallados en el rostro, sangre en las manos ásperas, seres altos en su alma; se suma a la gran cena. Presencia desapercibida, comida traída por él, rebiro que da gloria a sus ansias. Caña evaporada en su garganta, observación atenta hacía los descendientes del pecado europeo. Voz borracha del gruñón, estático en el piso:
— ¡Miren quién seeeee diggggggnó a veeenirrrr! ¿Noooo haaaabbían engrillado, indiiiiiioo innndecccente?—. Otra muerte alcohólica, oídos sordos del guaraní. Ansiedad indomable, pasos con huida, resto del convertido brebaje entregada a las manos del necio maestro. Punta de flecha en profundidad de la madera, con astucia, después de un discurso escrito: “Dejé algunas vidas imperialistas a su merced, disculpen”.  Guacurarí.

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