domingo, 4 de abril de 2010

Aida

Sangrante adiós. Caída discípula que nunca tuvo perdón, a merced de los malos horrores que no pudo contener. Camino empedrado de pruebas estúpidas, que algún ebrio de poder, tira fé ciega sobre un mar que no tiene vida ni deseo de silencios.

¡Aida! ¡Aida! Gritan las princesas solitarias; en busca de esos ojos muertos, llenos de amor y pasión, que necesitan en sus altares. Las clásicas lágrimas, oxidan las coronas de oro de las niñas que no serán damas de honor. Mientras, el rey viejo, toma el último vaso de vino tinto, sabiendo que su destino encarna una dormida ilusión.

¡Aida! ¡Aida! Pierde a todos de sus doradas manos y de sus rostros opacos…

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