Un impacto hierve la sangre de algún fantasma. La frialdad se escapa de las miradas calurosas de ese bendito huracán, que esta en los cielos rojos, y que pronto olvidará al infierno.
Los misterios se enardecen ante la consecuencia de las sensatas imágenes y voces de la majestad, que sostiene su furia en el altar, para atraer el espíritu maligno de un amor y la parte benigna de un pasado.
Cree en los escapes de ese cansado desgraciado, que se arrima en su piel sin poder tocarla; sin amanecer en sus lágrimas saladas, las que podrían calmar la sed agónica del cobarde y falso poeta. Sin contradecir sus labios húmedos ante la boca seca de aquél ilusionista…
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