domingo, 1 de mayo de 2011

Internidad y externidad






— ¡Bienvenidos una vez más! Les traigo buenas y malas informaciones: la buena, estas reuniones continuarán, al menos que ustedes no quieran; la mala, no estaré a cargo de esta conducción, por razones personales. ¡Aliviaos mis valientes! ¡Los espejos no se romperán tan fácilmente!—. Caras derretidas de explicación y por la retirada del guía.


— ¡Si tienen esas muecas de desperdicio por mi no permanencia, les aviso que me voy ahora sin saludarlos. ¡Disfrutemos como siempre lo que hacemos! A ver…Srta. Micaela Wilermann, ¿cómo ha sostenido su carácter después de pensar dignamente?—.



— Voy mejorando. Ayer pude hablar un ratito por teléfono con mi nieta. Habla y habla sin parar, hasta el punto de decir: “Abu, ¿por qué nunca pude conocer a mi abuelo”? Tuve que mentirle con un cuento y no decirle que su abuelo murió gaseado y después calcinado por los hornos de un campo de concentración polaco. ¡No pude decirle la verdad! Cuando colgó, me largué a llorar, como todos los días, por mi querido Ernest…perdón por llorar, estoy pensando otra vez en él—. Fragilidad inoxidada, aunque todo se endurece.


—Tranquila, Micaela. A medida que pasen las horas, encontrará el momento oportuno para la verdad. Póngase ligera, todos la estamos acompañando, relajase. Señor Samuel Meninstein, ¿cómo se encuentra por esas casualidades? He leído su poema sobre las vías del tren, muy picante y sensible…—


— Gracias por molestarse a ojear mis creaciones. A mi parecer, estoy resurgiendo. No he visto más los difuntos que me daban su recibimiento por las mañanas. No obstante, se me viene un recuerdo en particular: en 1944, oculto en las paredes del barracón, observé a un grupo de soldados alemanes pasar una herradura caliente encima de la espalda de un niño de diez años. No puedo borrar el suceso de llanto del pequeño y las risas de los hijos de putas nazis. No puedo, no puedo…—. Paranoia y tristeza en la pausa de su boca abierta y su mirada estupefacta.


— Me acuerdo que habló de eso una vez. Valoré cuando usted lo ayudó a sanar después que le hicieran tal acto de bestialidad. Hizo lo mejor que pudo. Ayudar es señal de elevación a lo que no conocemos. Raimundo Straintaknov, ¿podrá hablarme, aunque sea, esta vez? Sé que todas estas charlas le sirven, me gustaría escucharlo—. Respuesta en negativa del callado miembro, con sus manos en la cara pensando.


— Han faltado muchos hoy, espero que sea casual. Volviendo a los temas, siempre saqué conclusiones de todas estas charlas que tuvimos. Nunca me creí capaz de salvarles todo el dolor que llevan encima, acompañé en cada paso que dieron; renové mis horizontes para atraer paciencia en ustedes. Ni las psicologías más complejas explicarían bien en claro sus manifestaciones, que se impregnan en el efecto de todas las causas. Culparse, victimizarse, enojarse y demás cuestiones no ayudan para adiestrar la herida. Por otra parte, han evolucionado en gran proporción, hasta encuentro filosofía en cada experiencia. ¡Estoy orgulloso por este grupo! Melina, ¿qué le sucede? ¿Por qué se ríe a carcajadas?—. Melina Müller, dama alemana.


—Tuve un mal recuerdo cuando dijo “experiencia”. Cuando los rusos entraron a Berlín, empezaron a abusar a todas las mujeres. Un teniente rojo les dijo a sus soldados: “Santifiquen a éstas putas alemanas con los genes de un luchador de la madre Rusia. Ellas son todas para nosotros y ninguno para ellas, ¡diviértanse, camaradas!” Pude descifrlarlo porque había estudiado el idioma años antes.Una de esas violadas fui yo, y recuerdo el saludo de mi violador: “Las alemanes son las mejores, tienen mucha experiencia. Veamos si es cierto” Y pasó lo que nunca pude ignorar. ¡No teníamos la culpa algunos ciudadanos, por entrar en esa estúpida guerra ni de matar a millones de judíos! ¿¡Por qué nos faltaron el respeto a las mujeres que tratábamos de sobrevivir por el gran bombardeo que afrontaba Berlín!?



No me diga que he crecido, Dr. Tengo más odio en cada correr de la vida. La justicia no la determina el hombre, lo hace el tiempo. ¡Y todavía no siento una igualdad que me haga bien!—. Ataque de nervios e ira en la garganta de Melina, envestida de más carcajadas. Nuevo esfuerzo para amansar el fuego de la vergüenza.


— Lo que a uno le parece igualitario para la realidad no lo es. Durante los principios de las eras, se manejó el deseo acorde al pensamiento ideal y no al individual. Sin embargo, nadie tiene por qué esperar lo que no va pasar…—.


— Disiento, Dr. —.Julios Straiguer, fiel miembro que nunca faltó a un encuentro. —Todos los que estamos reunidos, buscamos ablandar y conocer al dolor que tenemos encima. No vamos a encontrar respuesta “ideal” a los malos días pasados. Deseamos la forma más poca ortodoxa de ser lo que fuimos antes de que nos dañaran. ¡Fijase en mí! Me falta un brazo, ¿por qué? , por ser el juguete de algunos soldados ultra nazis para que mi brazo sea blanco fácil en sus tiros de media distancia. ¿¡Cómo voy aceptar “la realidad ideal”, cuando es difícil manejarme con el brazo izquierdo y convivir con todas las personas que se sorprenden por ser manco!? ¿¡Quién puede aceptar la consecuencia sino hubo una causa clara!?—. Ante última fase de desequilibrio mental del rencor e ira impenetrable de la impotencia.


— Quiero convencerme por qué fallaron mis conocimientos en sus vidas. Quizá no me crean ni se asombren, pero los admiro. La acumulación de golpizas hace que uno grite sin detenerse; sin embargo, ustedes mantuvieron la bala en su pecho por mucho tiempo, resistiendo la posguerra y los años siguientes, tratando de no mirar lo que se dejó, criando sus descendientes y formar una nueva vida. Mis estudios y mi sentido común nunca concordará con la discriminación, guetos, campos de concentración, golpes, muertes y crematorios que sus almas han pasado…—.


— Dr. Me digno a hablar—.Raimundo Straintaknov observa los ojos cansados del Dr. Mott y expresa su silencio—. Nunca he hablado por razones de timidez, pero ahora quiero darme a conocer. Serví al 3er ejército rojo de caballeria, al mando del general Dimitri Spalanovic. No puedo sentirme un héroe tras la sangre que corrió en mis manos y cara. Jamás entendí por qué fueron enemigos los que he matado; obedecía órdenes directas sin pensar si eran profesionales o absurdas. Cuando terminó la guerra, los muertos renacieron y hasta el día de hoy siguen en mi cabeza. A veces no puedo mirar a mi nieta de ocho años fijamente a los ojos; porque se me viene en la mente a todos los cadáveres de niños uno encima de otro, en las cercanías de Berlín. ¡Todo por la diplomacia de diferentes poderes políticos e ideológicos! Por más que sea el hombre más noble, el pasado me hunde y los hechos me motivan a preguntar, ¿quién soy yo, para dejar morir o dejar vivir? ¡Definitivamente nadie! ¡Un estresado soldado que no pudo abrazar ni a su sombra! ¡Quiero dejar de temblar, por una vez!—. Puesto de pie, saca una pistola rusa y se apunta en la garganta prosiguiendo. —Por respeto y con grandeza compartiré la misma situación de mis desaparecidos. Serán mis vacaciones para el resto de las mañanas lluviosas siberianas—. Apriete suave, bala útil y muerte exitosa de viejas lágrimas culposas. Mientras, la sorpresa no toma color puro en las imágenes de los reunidos, pero convierte una lección aprobada, para el Dr. Mott, deduciendo irregularmente: “Podrán serse indiferente en la internidad, pero en la externidad se amarán, concretamente”.
















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